Loading 0%
Eduardo Frei Montalva: La Diplomacia del Diálogo como Arte de Gobierno. Un homenaje.

Dr. Ricardo Petrissans Aguilar

23 Abr, 2025

En el turbulento escenario político de los años sesenta, cuando América Latina se debatía entre revoluciones y golpes de Estado, la figura de Eduardo Frei Montalva emergió como un singular artesano de la palabra y el acuerdo. Su estilo de negociación política – tejido con los hilos del humanismo cristiano y el realismo reformista – constituyó un modelo singular de conducción estatal en tiempos de cambio acelerado.

El Presidente chileno desarrolló lo que podríamos llamar una “gramática del diálogo político”, donde cada gesto, cada palabra y cada silencio obedecían a una cuidadosa partitura institucional. En sus largas jornadas de trabajo en el Palacio de La Moneda, solía repetir a sus colaboradores que “gobernar es conversar”, pero no en el sentido trivial de la frase, sino como una profunda convicción metodológica. Para Frei, la negociación no era un recurso circunstancial, sino el cimiento mismo de la democracia.

Su técnica de gobierno se asemejaba a la de un director de orquesta que sabe extraer armonía de instrumentos dispares. Las famosas cenas en su residencia de la calle Hindenburg no eran meros actos protocolares, sino auténticos laboratorios políticos. Allí, entre platos de la cocina tradicional chilena, empresarios reticentes y líderes sindicales radicalizados encontraban, quizás para su propia sorpresa, puntos de coincidencia insospechados. Frei poseía ese don raro de los grandes negociadores: hacer que cada interlocutor sintiera que había sido escuchado, incluso cuando no
obtenía todo lo que deseaba.

La reforma agraria – esa piedra angular de su gobierno – muestra su arte negociador en plena acción. Mientras sectores de izquierda exigían expropiaciones masivas e inmediatas, y los terratenientes se aferraban al statu quo, Frei diseñó un proceso gradual que combinaba: estudios técnicos rigurosos sobre productividad de la tierra,
compensaciones calculadas al milímetro, y un sistema de parcelas experimentales que servían como demostración práctica. Cada audiencia en su despacho presidencial recibía versiones matizadas del proyecto, adaptadas a sus preocupaciones específicas, pero sin traicionar el núcleo esencial de la reforma.

En el complejo proceso de “chilenización” del cobre, su estrategia combinó el patriotismo económico con un realismo financiero poco común. Las negociaciones con las empresas norteamericanas no siguieron el guion de la confrontación espectacular, sino el camino sinuoso de los datos técnicos, las cláusulas de revisión periódica y las garantías mutuas. Mientras los discursos públicos hablaban de soberanía nacional, los equipos técnicos trabajaban en silencio modelos de compensación que hicieran viable el proceso. Esta dualidad entre principios y pragmatismo marcó su sello característico.

Su lenguaje corporal en las negociaciones merece estudio aparte. Contrario al estilo grandilocuente de muchos líderes de la época, Frei cultivaba una elocuencia sobria, con pausas calculadas y gestos mesurados. Sus manos, que movía con parsimonia al enfatizar puntos clave, sus gafas que se ajustaba repetidamente como dando tiempo para procesar ideas, incluso su manera de servir personalmente el café durante las reuniones tensas – todo formaba parte de un cuidadoso ritual destinado a crear atmósferas propicias para el acuerdo.

La crisis de 1967, cuando su popularidad alcanzó su punto más bajo, reveló otra faceta de su arte negociador. En lugar de encerrarse en el palacio o recurrir a medidas autoritarias, Frei multiplicó sus encuentros cara a cara: visitó fábricas en conflicto, dialogó con estudiantes rebeldes en sus propias universidades, recibió a dirigentes vecinales en audiencias maratonianas. Esta “diplomacia presidencial directa”, agotadora físicamente pero políticamente redituable, le permitió reconectar con las bases sociales que comenzaban a dudar de su “revolución en libertad”.

Los límites de su método aparecieron cuando la polarización social superó la capacidad de los mecanismos de diálogo. En sus últimos meses de gobierno, confesó a cercanos que sentía “la fatiga de tanto consenso”, una frase que encapsulaba la paradoja central de su liderazgo: había demostrado que era posible gobernar mediante el acuerdo, pero al mismo tiempo había subestimado las fuerzas históricas que exigían cambios más rápidos y radicales.

Hoy, cuando observamos la crisis de los sistemas representativos en América Latina, el estilo Frei de negociación política adquiere nueva actualidad. Su convicción de que “la democracia es una construcción paciente pero no pasiva” resuena con especial fuerza en tiempos de instantaneidad digital y polarización emocional. Quizás su mayor legado sea haber demostrado que entre la sumisión al estatus quo y la ruptura revolucionaria existe un tercer camino: el de la transformación negociada, tan difícil como necesario.

La Arquitectura Invisible del Estilo Negociador de Frei Montalva: detalles que definen una praxis política singular.

Tras la superficie de los grandes acuerdos políticos que marcaron su gobierno, Eduardo Frei Montalva cultivó un sofisticado entramado de gestos menores, hábitos cotidianos y rituales aparentemente insignificantes que, en su conjunto, constituyeron el verdadero “arte de gobernar negociando” que practicó con maestría. Estos elementos sutiles, menos visibles que sus reformas estructurales, pero igualmente determinantes, revelan la profundidad antropológica de su método.

El ritual del café como ceremonia política:
En su despacho de La Moneda, Frei convirtió el acto de servir café en un preciso mecanismo negociador. Mientras su asistente preparaba la bandeja con porcelana simple pero elegante, el Presidente observaba discretamente a sus interlocutores. La elección entre azúcar, sacarina o nada no era casual: registraba preferencias que luego usaría en futuros encuentros. El momento en que interrumpía la conversación para ofrecer una segunda taza coincide invariablemente, en los registros de sus colaboradores, con los puntos de inflexión en las negociaciones difíciles.

El cuaderno de piel gastada:
Nunca aparecía en fotos oficiales, pero sus ministros conocían bien el cuaderno marrón de tapas gruesas donde Frei anotaba durante las reuniones. Lejos de registrar discursos completos, escribía palabras sueltas – “temor”, “tierra”, “hijos” – que capturaban el núcleo emocional de lo expresado por sus interlocutores. Estas anotaciones, revisadas antes de cada nuevo encuentro, le permitían conectar conversaciones separadas por semanas o meses, dando una ilusión de continuidad que desarmaba resistencias.

El reloj de bolsillo y el dominio del tiempo negociador:
En un gesto deliberadamente anacrónico, Frei consultaba frecuentemente un reloj de bolsillo durante las negociaciones. Este ritual cumplía múltiples funciones: marcaba pausas estratégicas, recordaba a los presentes que el tiempo corría para todos, y – como descubrieron sus colaboradores más cercanos – a menudo consultaba la hora en momentos en que el reloj ya se había detenido. El mensaje era claro: en política, el tiempo es una construcción humana, no una fuerza natural ineludible.

La geografía emocional de su despacho:
El diseño del espacio donde recibía a visitantes obedecía a una cuidadosa coreografía. Las butacas de cuero, ligeramente bajas, obligaban a una postura que combinaba comodidad con cierta formalidad. La mesa central, de roble chileno, tenía exactamente el ancho necesario para que los documentos pudieran ser leídos por ambas partes sin permitir que se tocaran las manos. Detrás de su escritorio, un retrato discreto de su padre (no de O’Higgins u otros héroes tradicionales) recordaba que toda negociación es, en el fondo, un diálogo entre generaciones.

El lenguaje de las corbatas:
Su colección de corbatas – predominantemente azules con discretos patrones geométricos – fue objeto de estudio por parte de la oposición. Los analistas descubrieron que cuando enfrentaba negociaciones particularmente difíciles, elegía conscientemente tonos más claros, creando un contraste subliminal con los trajes oscuros de sus interlocutores empresariales. En encuentros con sindicalistas, en cambio, optaba por tonos tierra que evocaban sin proponérselo los colores del campo
chileno.

La biblioteca como arma negociadora:
Los libros visibles en su despacho no eran decoración: Frei cambiaba su disposición según el visitante. Para empresarios, destacaba volúmenes de economía; para sacerdotes, textos de doctrina social; para intelectuales, primeras ediciones de autores chilenos. Este paisaje libresco cambiante servía como puente cultural antes de que comenzara la conversación propiamente política.

El silencio como territorio negociado:
Frei cultivó lo que sus colaboradores llamaban “los tres tiempos del silencio”: una pausa breve para enfatizar puntos clave, un silencio mediano para permitir la auto reflexión del interlocutor, y un mutismo prolongado que sólo usaba en momentos de máxima tensión. Este último, según testimonios, podía durar hasta 47 segundos (cronometrados por asistentes), creando una incomodidad productiva que frecuentemente llevaba a la otra parte a hacer concesiones no previstas.

La cocina como espacio político:
Las famosas cenas en su residencia particular seguían un ritual preciso: los platos chilenos tradicionales (porotos granados, cazuelas) servidos en vajilla sencilla transmitían un mensaje de sobriedad republicana. Pero el verdadero arte estaba en la progresión de los vinos: un blanco ligero al inicio, para agudizar el pensamiento; un
tinto reserva en el momento clave de la conversación; y al final, un oporto que coincidía con los acuerdos informales. Cada elemento gastronómico estaba cronometrado con precisión milimétrica.

Epílogo: El arte de lo invisible:
Estos detalles aparentemente menores constituyen lo que podríamos llamar “la negociación infra ordinaria” de Frei Montalva – ese entramado de gestos cotidianos que, en su repetición ritualizada, creaban las condiciones para los grandes acuerdos históricos. Revelan una verdad profunda sobre el arte de gobernar: que las transformaciones estructurales no se construyen sólo con discursos grandilocuentes o medidas de fuerza, sino también con esa paciente atención a lo pequeño que, gota a gota, termina horadando las resistencias más férreas. En tiempos de política espectáculo, este legado de negociación minuciosa y humanamente arraigada adquiere una relevancia inesperada.

Últimos artículos

Charles-Maurice de Talleyrand-Périgord:

Charles-Maurice de Talleyrand-Périgord:

El Arte de la Negociación como Supervivencia Política. El Arquitecto de la Diplomacia Moderna. Charles-Maurice de Talleyrand (1754-1838) personificó la diplomacia como arte de supervivencia, sirviendo con notable éxito a regímenes tan diversos como la monarquía...

0 Comments

0 comentarios

Enviar un comentario

error: Content is protected !!