Introducción:
Luis Alberto de Herrera (1873–1959), figura central de la política uruguaya durante la primera mitad del siglo XX, fue un estratega cuya visión diplomática y capacidad de negociación definieron no solo el rumbo de su partido (el Partido Nacional), sino también la postura internacional de Uruguay frente a los desafíos de un mundo en transformación.
Abogado, periodista y estadista, Herrera combinó un nacionalismo arraigado con un pragmatismo astuto, defendiendo la soberanía uruguaya en un contexto de presiones imperialistas, conflictos globales y reconfiguraciones geopolíticas. Este artículo explora los principios que guiaron su pensamiento y acción en materia internacional, destacando cómo su legado influyó en la identidad diplomática de Uruguay y en el equilibrio de poder en América Latina.
Contexto Histórico: Uruguay entre el Batllismo y el Imperialismo:
Para entender a Herrera, es esencial situarlo en el Uruguay de principios del siglo XX, marcado por:
El modelo batllista: bajo el liderazgo de José Batlle y Ordóñez (1903–1907; 1911–1915), Uruguay se consolidó como un laboratorio de reformas sociales y laicas, pero también como un Estado centralista con toques socialistas marcados, que Herrera criticó desde el nacionalismo conservador.
Presiones externas: El país enfrentaba intereses económicos británicos en sus ferrocarriles, la influencia estadounidense en América Latina tratando de desplazar la influencia británica, en especial luego de la culminación de la segunda guerra mundial, y las ambiciones territoriales de Brasil y Argentina.
Coyunturas globales: Las dos guerras mundiales y la Guerra Fría temprana exigieron a Uruguay definir su posición en un sistema internacional polarizado.
En este escenario, Herrera emergió como voz crítica del intervencionismo y defensor de una política exterior independiente.
Principios Fundamentales de la Diplomacia Herrerista:
A) Soberanía Nacional como Valor Absoluto:
Para Herrera, la soberanía no era negociable. Rechazaba cualquier acuerdo que comprometiera la autonomía política, económica o cultural de Uruguay:
Oposición al panamericanismo instrumentalizado: criticó las conferencias panamericanas impulsadas por EE. UU., viéndolas como mecanismos de dominación. En 1923, en la Conferencia de Santiago de Chile, denunció que el panamericanismo se usaba para “subordinar a los débiles bajo la égida del fuerte”.
Defensa a ultranza de la neutralidad: durante las dos guerras mundiales, abogó por mantener a Uruguay neutral, resistiendo presiones de aliados y del Eje.
B) No Intervención y Autodeterminación:
Herrera fue pionero en aplicar el principio de no intervención, adelantándose a la Doctrina Estrada (1930) mexicana:
Crítica a la intervención estadounidense en Centroamérica y el Caribe: condenó la ocupación de Nicaragua (1912–1933) y el protectorado en Cuba, argumentando que violaban el derecho internacional.
Apoyo a gobiernos legítimos: durante la Guerra Civil Española (1936–1939), defendió el derecho del gobierno republicano a no ser intervenido por potencias fascistas.
C) Latinoamericanismo Crítico:
Aunque escéptico del panamericanismo liderado por EE. UU., Herrera promovió la unidad latinoamericana basada en intereses comunes:
Solidaridad con Paraguay durante la Guerra del Chaco (1932–1935): Uruguay, bajo su influencia, medió en el conflicto y apoyó la soberanía paraguaya frente a Bolivia.
Diplomacia cultural: impulsó la creación de instituciones como el Instituto Cultural Uruguayo-Argentino (1940) para fortalecer lazos regionales sin subordinación a potencias extracontinentales.
D) Pragmatismo Económico y Defensa de los Recursos:
Herrera entendió que la independencia política requería autonomía económica:
Nacionalización de servicios públicos: apoyó la estatización de ferrocarriles y puertos para reducir la dependencia de capitales británicos.
Proteccionismo selectivo: promovió aranceles para proteger la industria nacional, aunque sin aislar al país del comercio global.
Realpolitik en las Relaciones Bilaterales
Aunque idealista en principios, Herrera fue flexible en la práctica:
Relaciones con Brasil y Argentina: Negoció acuerdos limítrofes y comerciales evitando alinearse con ninguno, manteniendo a Uruguay como “Estado tapón” equilibrado.
Diálogo con potencias extracontinentales: en los años 1930, exploró acuerdos comerciales con Alemania e Italia para contrarrestar la influencia angloestadounidense, aunque sin respaldar sus ideologías totalitarias.
Casos de Estudio: La Diplomacia Herrerista en Acción:
A) La Crisis de 1923: Herrera vs. el Panamericanismo:
En la Conferencia Panamericana de Santiago de Chile (1923), Herrera, como delegado uruguayo, se opuso a la creación de una Corte Interamericana de Justicia impulsada por EE. UU., argumentando que socavaría la soberanía jurídica de los países pequeños. Su discurso, recordado como “la defensa de los débiles”, marcó un hito en la resistencia al hegemonismo regional.
B) Neutralidad en la Segunda Guerra Mundial:
Mientras el presidente Alfredo Baldomir (1943–1947) rompía relaciones con el Eje bajo presión estadounidense, Herrera criticó la medida desde el Senado:
“La neutralidad es un escudo, no una rendición”: Argumentó que alinearse con los Aliados expondría a Uruguay a represalias económicas y pérdida de autonomía.
Impacto posterior: Su postura influyó en que Uruguay mantuviera una neutralidad práctica, comerciando con ambos bandos hasta 1945.
C) La Lucha contra el Imperialismo Económico:
En 1942, lideró la oposición al tratado comercial con EE. UU. que obligaba a Uruguay a comprar maquinaria obsoleta a cambio de exportar lana. Tras meses de debate, logró renegociar cláusulas, asegurando precios justos y transferencia tecnológica.
Herrera y la Guerra Fría: Anticomunismo sin Alineamiento:
En los inicios de la Guerra Fría, Herrera adoptó una postura singular:
Rechazo al comunismo: lo consideraba una amenaza a la identidad nacional y la propiedad privada.
Escepticismo hacia el alineamiento con EE. UU.: criticó el Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (TIAR, 1947), argumentando que convertiría a Uruguay en “un soldado más del ejército norteamericano”.
Defensa del no alineamiento activo: propuso que Uruguay liderara un bloque de países neutrales en América Latina, idea que anticipó el Movimiento de Países No Alineados (1961).
Legado y Críticas: Entre el Nacionalismo y el Aislamiento:
A) Influencia en la Política Exterior Uruguaya:
Doctrina de la no intervención: su pensamiento permeó la política exterior uruguaya, visible en su oposición a la invasión de Playa Girón (1961) y su voto contra la expulsión de Cuba de la OEA (1962).
Modelo de neutralidad activa: uruguay mantuvo relaciones diplomáticas con múltiples regímenes durante la Guerra Fría, desde la Cuba castrista hasta la Sudáfrica del apartheid, priorizando intereses comerciales sobre ideologías.
B) Críticas y contradicciones:
Tolerancia a dictaduras latinoamericanas: aunque antiimperialista, fue ambiguo frente a regímenes autoritarios como el de Vargas en Brasil, priorizando la estabilidad regional.
Nacionalismo económico miope: algunos analistas señalan que su proteccionismo ralentizó la modernización industrial de Uruguay.
C) Herrera en el Siglo XXI:
Su defensa de la soberanía resuena en debates actuales:
Tratados de libre comercio: sus advertencias sobre asimetrías en negociaciones con potencias podrían proyectarse en los días que corren en críticas al Mercosur y la Alianza del Pacífico.
Integración regional vs. globalización: su latinoamericanismo crítico inspira movimientos que rechazan el neoliberalismo sin caer en aislacionismo.
Conclusión: El Soberanismo como Arte Diplomático:
Luis Alberto de Herrera no fue un teórico de salón, sino un negociador que entendió que la diplomacia es el arte de proteger lo esencial sin cerrar puertas. En un mundo donde las grandes potencias buscaban redibujar mapas y esferas de influencia, supo convertir a Uruguay —un país pequeño— en un actor con voz propia.
Su legado, más que una serie de principios rígidos es un método: analizar cada coyuntura desde la identidad nacional, negociar sin sometimiento y recordar que, en política exterior, no hay aliados permanentes, solo intereses permanentes. Como él mismo afirmó: “La independencia no se regala, se defiende“. En esa máxima, Uruguay encontró un rumbo, y América Latina, un espejo en el que aún puede mirarse.
Herrera fue un rompecabezas de concepciones complejas que debían armonizarse: nacionalista pero cosmopolita, tradicionalista pero modernizador. Su mayor enseñanza es que la coherencia en política exterior no es seguir un manual, sino defender, con astucia y valor, aquello que hace única a una nación.
La Defensa de la Identidad Nacional:
Herrera vio en la cultura un frente de resistencia contra la homogenización imperialista:
Promoción del revisionismo histórico: apoyó reinterpretaciones del pasado que destacaran figuras nacionales como Artigas, presentándolo como símbolo de independencia frente a Buenos Aires y Rio de Janeiro.
Protección del gaucho como ícono: combatió políticas que buscaban “europeizar” el campo, defendiendo tradiciones rurales como el folklore y la payada.
Relaciones con la Iglesia Católica:
Aunque laico, Herrera negoció con la Iglesia para ganar apoyo contra el batllismo anticlerical:
Concordato de 1940: respaldó acuerdos que devolvieron propiedades eclesiásticas, asegurando el respaldo de sectores conservadores.
Herrera y el Movimiento Sindical:
Su relación con los sindicatos fue ambivalente:
Apoyo a demandas laborales rurales: medió en conflictos de peones de estancia, buscando evitar la radicalización izquierdista.
Rechazo al anarquismo y comunismo: persiguió sindicatos influidos por ideologías extranjeras, priorizando la “identidad nacional” sobre la lucha de clases.
Herrera en Washington, la Guerra del Chaco y la Segunda Guerra Mundial:
Misión Diplomática en Washington: Defensa de la Soberanía en la Corte del Imperio:
Luis Alberto de Herrera ejerció como ministro plenipotenciario de Uruguay en Washington entre 1919 y 1921, un período crítico en el que Estados Unidos emergía como potencia global tras la Primera Guerra Mundial. Su misión no fue protocolaria, sino una trinchera desde la cual defendió los intereses uruguayos frente al creciente imperialismo económico y político estadounidense.
a) Negociaciones Comerciales y el Fantasma del Panamericanismo:
Herrera llegó a Washington cuando el panamericanismo, promovido por el presidente Woodrow Wilson, buscaba consolidar a EE. UU. como líder hemisférico. Desde el inicio, adoptó una postura crítica:
Oposición a la injerencia en asuntos internos: rechazó propuestas estadounidenses de estandarizar políticas arancelarias en América Latina, argumentando que violaban la soberanía económica de Uruguay.
Defensa del modelo batllista: ante críticas de sectores conservadores estadounidenses a las reformas sociales de Batlle y Ordóñez, Herrera defendió públicamente la legislación laboral uruguaya como “un faro de justicia en un continente desigual”.
b) El Caso del Puerto de Montevideo:
En 1920, Herrera negoció exitosamente con el Departamento de Estado para evitar que empresas estadounidenses monopolizaran la modernización del puerto de Montevideo. Logró un acuerdo mixto donde Uruguay retenía el 51% de las acciones, sentando un precedente contra la explotación extranjera de infraestructura estratégica.
Frase célebre: “No vendemos pedazos de la Patria; alquilamos herramientas para construirla“.
c) Relaciones con el Congreso de EE. UU.:
Herrera cultivó vínculos con senadores aislacionistas, como William Borah, para contrarrestar la influencia del intervencionismo rooseveltiano. Su estrategia fue presentar a Uruguay como un aliado comercial confiable, pero no subordinado.
La Guerra del Chaco (1932–1935): Uruguay como Mediador y Herrera como Estratega:
Aunque la Guerra del Chaco enfrentó a Paraguay y Bolivia por el control de una región semiárida rica en petróleo, Uruguay —bajo la influencia de Herrera— jugó un papel clave como mediador neutral.
a) Diplomacia de Paz en un Conflicto Sangriento:
Herrera, desde el Senado y la prensa, impulsó la postura uruguaya:
Neutralidad activa: Uruguay ofreció su territorio (en Punta del Este) para negociaciones de paz en 1933, aunque la conferencia fracasó por la intransigencia boliviana.
Apoyo tácito a Paraguay: Herrera simpatizó con la causa paraguaya, recordando la alianza histórica contra Brasil y Argentina en la Guerra de la Triple Alianza (1864–1870). Sin embargo, mantuvo a Uruguay como facilitador imparcial.
b) El Protocolo de Paz de 1935:
Cuando la Sociedad de Naciones fracasó en detener la guerra, Uruguay —junto a Argentina, Brasil y Chile— integró el Grupo de Mediadores del ABCP. Herrera presionó para que el acuerdo final garantizara:
Límites definidos por arbitraje internacional, no por la fuerza.
Protección de los derechos indígenas en la región del Chaco, una demanda pionera en la época.
El Tratado de Paz de 1938, que otorgó el 75% del Chaco a Paraguay, reflejó su visión de que “las fronteras se dibujan con tinta, no con sangre“.
La Guerra del Chaco: Entre el Desierto y la Diplomacia:
En los años 30, mientras el mundo se hundía en la Gran Depresión, otro conflicto estallaba en el corazón de Sudamérica: la Guerra del Chaco, donde Paraguay y Bolivia se desangraban por un territorio árido que escondía, se rumoreaba, ríos de petróleo. Herrera, desde su tribuna en el Senado uruguayo, vio en este conflicto una oportunidad y un peligro. La oportunidad: posicionar a Uruguay como mediador neutral en un escenario donde hasta la Sociedad de Naciones fracasaba. El peligro: que las ambiciones de Brasil o Argentina convirtieran el Chaco en un nuevo campo de batalla por influencias.
Uruguay, bajo su influjo, ofreció sus playas de Punta del Este para negociaciones de paz. Herrera no se limitó a prestar territorio; tejía alianzas. Sabía que Paraguay, aún herido por la Guerra de la Triple Alianza (1864–1870), desconfiaba de sus vecinos grandes. Por eso, urdió una red de apoyos discretos: envió médicos uruguayos a Asunción, presionó para que la prensa montevideana narrara el sufrimiento paraguayo y, en las sombras, aseguró que los barcos cargados de armas brasileños no cruzaran el Río de la Plata.
Cuando en 1935 se firmó el Protocolo de Paz, Herrera no celebró. Sabía que las fronteras dibujadas en mapas no curaban odios ancestrales. Pero había logrado algo mayor: Uruguay, sin ejércitos ni petróleo, había sido escuchado. “En el desierto del Chaco”, escribió, “plantamos un árbol llamado mediación. Que dé sombra a quienes vendrán“.
Segunda Guerra Mundial: La Neutralidad como Escudo y Espada:
Para 1942, el mundo ardía. Los tanques alemanes avanzaban sobre Stalingrado, los aviones japoneses bombardeaban Pearl Harbor, y Estados Unidos exigía lealtad. En Uruguay, el presidente dictador Alfredo Baldomir, bajo presión, rompió relaciones con el Eje. Herrera, desde su banca en el Senado, alzó la voz como un trueno: “La neutralidad no es cobardía; es el escudo de los que no quieren ser carne de cañón“.
Su postura no era simple obstinación. Herrera veía en la guerra un juego de imperios donde Uruguay, otra vez, arriesgaba su autonomía. ¿Por qué enviar soldados a morir en Europa si el Río de la Plata ya tenía sus propios fantasmas? Recordaba el episodio del Graf Spee: en 1939, el acorazado alemán, acorralado por la flota británica, buscó refugio en Montevideo. El gobierno uruguayo, bajo presión de Londres, dio al capitán Hans Langsdorff 72 horas para partir. Herrera apoyó la decisión, pero cuando el barco se hundió frente a la costa, vio el gesto como un presagio: “Somos espectadores forzados de tragedias ajenas“, lamentó.
Durante la guerra, Herrera negoció en la sombra. Aceptó que Uruguay exportara lana a los Aliados, pero protegió empresas con dueños alemanes. “El enemigo no está en nuestros puertos”, argumentaba, “sino en perdernos a nosotros mismos”. Cuando en 1945 Uruguay declaró la guerra al Eje —un gesto simbólico—, él ya planeaba el futuro: “La paz llegará, y con ella, nuevos amos. Nos toca asegurar que no nos compren“.
La posición de Herrera durante la Segunda Guerra Mundial fue una de las más controversiales y consistentes con su ideario soberanista.
a) Crítica a la Ruptura con el Eje:
En 1942, el presidente dictador General Alfredo Baldomir —bajo presión de EE. UU.— rompió relaciones diplomáticas con Alemania, Italia y Japón. Herrera, desde el Senado, lideró la oposición:
Argumentos estratégicos: Alertó que alinearse con los Aliados expondría a Uruguay a ataques de submarinos alemanes y pérdida de mercados europeos.
Argumentos morales: denunció la hipocresia de EE.UU., que exigía lealtad mientras mantenía campos de internamiento para japoneses-americanos.
b) Neutralidad Práctica vs. Neutralidad Ideológica:
Aunque Uruguay declaró la guerra al Eje en 1945 (bajo el Presidente constitucional Juan José de Amézaga), Herrera logró que el país mantuviera una neutralidad de facto:
Comercio controlado con ambos bandos: Uruguay exportó lana y carne a EE. UU., pero evitó sanciones a empresas con vínculos alemanes, como la cervecería Norteña, propiedad de inmigrantes germano-uruguayos.
Protección de ciudadanos del Eje: rechazó extraditar a refugiados alemanes e italianos, a menos que se probaran crímenes de guerra.
c) El Incidente del Graf Spee:
En 1939, el acorazado alemán Admiral Graf Spee se refugió en Montevideo tras la Batalla del Río de la Plata. Herrera apoyó la decisión del gobierno de dar al capitán Hans Langsdorff 72 horas para partir, bajo presión británica. Sin embargo, criticó la posterior destrucción del barco, viéndola como una rendición a intereses extranjeros:
“El Río de la Plata no es un escenario para tragedias europeas“.
Legado de una Diplomacia Soberana:
Las intervenciones de Herrera en estos tres frentes —Washington, el Chaco y la Segunda Guerra— revelan un hilo conductor: la convicción de que un país pequeño puede ser actor, no espectador, en el teatro global.
En Washington, demostró que la firmeza intelectual puede equilibrar la asimetría de poder.
En el Chaco, probó que la mediación neutral no implica pasividad, sino liderazgo ético.
En la Segunda Guerra, defendió que la neutralidad no es cobardía, sino un cálculo estratégico para preservar la independencia.
El Arte de Negociar desde la Periferia:
Herrera no tuvo ejércitos ni petróleo, pero usó lo que tenía: inteligencia, audacia y una fe inquebrantable en la soberanía uruguaya. En una era donde las potencias creían que el mundo se dividía entre fuertes y débiles, él recordó que hasta el más pequeño puede negociar si entiende sus fortalezas. Como escribió en El Uruguay Internacional (1930): “Nuestra bandera no es grande en territorio, pero es inmensa en dignidad“. Esa dignidad, defendida en Washington, en el Chaco y en los años oscuros de la guerra, es su legado perdurable.
Cuando Luis Alberto de Herrera llegó a Washington en 1919, la capital estadounidense respiraba el aire triunfal de una potencia emergente. La Primera Guerra Mundial había consolidado a Estados Unidos como árbitro global, y su influencia económica se extendía sobre América Latina como una red invisible. Herrera, con su traje impecable y su mirada de halcón, no se dejó deslumbrar. Sabía que su misión no era ganar favores, sino defender a Uruguay —un país pequeño, pero orgulloso— en la corte del nuevo imperio. En las recepciones diplomáticas, donde el champagne fluía y los acentos europeos se mezclaban con ambiciones norteñas, Herrera hablaba de soberanía. No como un grito, sino como un recordatorio: “Las naciones no se miden por su tamaño, sino por su dignidad“.
Su batalla más emblemática en Washington fue por el puerto de Montevideo. Empresas estadounidenses, ávidas de controlar rutas marítimas, presionaban para monopolizar su modernización. Herrera, en lugar de rechazar la inversión extranjera, la domesticó. Negoció un acuerdo donde Uruguay conservaba el 51% de las acciones. “No vendemos pedazos de la patria”, declaró ante la prensa, “alquilamos herramientas para construirla”. El mensaje era claro: el progreso no requería rendir banderas. Años después, ese puerto se convertiría en símbolo de una independencia económica que Herrera defendió como sacerdocio.
Legado: El Arte de Ser Pequeño en un Mundo de Gigantes:
Herrera murió en 1959, pero su fantasma sigue recorriendo la diplomacia uruguaya. En cada tratado de libre comercio que se discute, en cada debate sobre neutralidad en conflictos ajenos, su voz resuena: “Negociar no es ceder; es intercambiar sin venderse“. Hoy, cuando las potencias se disputan el litio de los Andes o la soja de la Pampa, Uruguay sigue aplicando su manual tácito: hablar claro, actuar con prudencia y recordar que, en el tablero global, hasta un peón puede dar jaque si conoce su valor”. Herrera no tenía ejércitos ni petróleo, pero tenía algo más poderoso: la certeza de que la soberanía no se hereda, se defiende. Y en esa defensa, Uruguay encontró su lugar en el mundo.
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