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Simón Bolívar:El Arte de la Diplomacia Revolucionaria entre el Ideal y la Realpolitik

Dr. Ricardo Petrissans Aguilar

5 May, 2025

La Carta de Jamaica:

El 6 de septiembre de 1815, mientras Europa celebraba la derrota de Napoleón en Waterloo, un hombre delgado y febril garabateaba una carta en una habitación alquilada en Kingston, Jamaica. Simón Bolívar, exiliado y acosado por el fracaso de su Segunda República, escribía no a un general ni a un rey, sino al editor de un periódico local. La Carta de Jamaica, más que un manifiesto, fue un acto de diplomacia visionaria: un intento de convertir la derrota militar en victoria propagandística, de transformar a un prófugo en estadista global. Este documento encapsula el genio diplomático bolivariano: la capacidad de navegar entre el idealismo revolucionario y el cálculo geopolítico más frío.

El genio diplomático del Libertador residía en su capacidad para cabalgar contradicciones aparentemente irreconciliables. Mientras sus proclamas encendían los corazones con visiones de libertad continental, sus negociaciones secretas demostraban una frialdad maquiavélica. En 1820, el mismo hombre que prometía “unión perpetua” ante las multitudes, instruía a sus enviados en Londres: “Ofreced la corona de México a cualquier príncipe británico que nos garantice protección contra España“. Esta dualidad no era hipocresía, sino la esencia misma de su arte de estadista – la comprensión profunda de que los ideales necesitan anclajes en la realidad más cruda.

Sus cartas eran campos de batalla donde se libraban guerras invisibles. Cuando escribía al general Santander sobre “la gloria de Colombia”, simultáneamente redactaba notas cifradas preparando la destitución de Páez. Mientras discutía constituciones utópicas con los intelectuales europeos, negociaba en privado con comerciantes de esclavos en Caracas. Bolívar entendió antes que nadie que, en América Latina, la política exterior y la doméstica eran dos caras de una misma moneda sangrante.

Los cuatro pilares de la diplomacia bolivariana:

Primer pilar: el idealismo como arma estratégica:

Bolívar comprendió antes que nadie que las revoluciones necesitan mitos más que balas. Sus proclamas no eran meros discursos, sino actos performativos de construcción nacional, por eso, en la Carta de Jamaica, predijo la unidad continental décadas antes de ser viable, forjando un horizonte político imaginario. Por ejemplo, al bautizar a Colombia como “La Gran” en 1819 (incluyendo Venezuela, Ecuador y Nueva Granada), creó una realidad jurídica antes de controlar el territorio. Sus cartas a intelectuales europeos (Humboldt, Bentham) buscaban legitimar la causa ante la opinión pública ilustrada. Pero tras este idealismo yacía un cálculo preciso: como escribió al general Santander en 1825, “Los sueños unen, las realidades dividen“.

Segundo pilar: la realpolitik del revolucionario:

Bolívar negoció simultáneamente con las monarquías europeas. Ofreció tronos americanos a príncipes británicos para asegurar reconocimiento. Con los esclavistas criollos, prometiendo mantener la esclavitud donde convenía (Venezuela en 1816) y abolirla donde daba ventaja (Perú en 1824). Trabajaba alianzas con caudillos rivales, por ejemplo, pactando con Páez mientras preparaba su caída.

Su maestro fue el pragmatismo: “He arado en el mar“, confesó, reconociendo que la política exigía navegar contradicciones.

Tercer pilar: el teatro de las negociaciones:

El Libertador convirtió cada encuentro en escenario: en Guayaquil (en 1822), recibió a Jose de San Martín con uniforme de gala francés mientras el argentino vestía sencillo azul, marcando jerarquía sin palabras. En el Congreso Anfictiónico de Panamá (de 1826) diseñó protocolos donde los delegados entraban por orden de liberación, haciendo de la historia un rito legitimador. En Bolivia (en 1825) redactó una constitución utópica sabiendo que nunca se aplicaría, pero que serviría como faro ideológico.

Cuarto pilar: la diplomacia de la urgencia: en 1828, ante la inminente invasión francesa a Colombia, Bolívar envió a Sucre no con tropas, sino con instrucciones precisas:

  • Sobornar a la prensa parisina para moldear opinión pública.
  • Amenazar con incendiar las Antillas francesas si desembarcaban.
  • Seducir a banqueros ingleses para que presionaran a Luis XVIII.

Finalmente, Francia retrocedió sin disparar.

El tacto de un revolucionario pragmático:

Mientras sus discursos públicos ardían con retórica radical, sus instrucciones secretas a sus enviados revelaban una mente fría y calculadora, mostrando también lo que reflejaba su pensamiento, el ejercicio de la política -en algunos casos desesperada- y lo que mucha gente tenía que interpretar realmente. Jugaba en varios “tableros” simultáneamente y eso requería un gran esfuerzo y en muchos casos contradicciones que hoy, sin una lectura fina de la situación, parece difícil interpretar. Los ejemplos abundan:

A Inglaterra: “Hablad de mercados abiertos, no de libertad. A los británicos les brillan los ojos con el comercio, no con nuestros ideales“.

A los esclavistas venezolanos: “Decidles que sus propiedades están seguras… por ahora“.

A los generales rebeldes: “Prometedles lo que sea necesario. Luego, la historia nos juzgará“.

Otros ejemplos se deducen de situaciones fácticas de alta complejidad: en 1820, cuando la revolución pendía de un hilo, Bolívar negoció simultáneamente:

Con el pacificador español Pablo Morillo, firmando un armisticio que ambos sabían temporal.

Con mercenarios europeos, ofreciéndoles tierras a cambio de sus servicios.

Con los líderes pardos y esclavos, asegurándoles libertad a cambio de lealtad.

Era el arte de mantener múltiples verdades sin que se contradijeran… demasiado.

Algunas técnicas utilizadas por Bolívar:

El arte de la conversación calculada:

Bolívar dominaba lo que los antiguos cortesanos venecianos llamaban “sprezzatura”: el arte de hacer parecer casual lo meticulosamente planeado. En sus tertulias:

  • Dejaba caer “informaciones confidenciales” que en realidad eran carnadas para sondear lealtades
  • Observaba cómo sus invitados sostenían las copas (las manos temblorosas delataban traidores potenciales)
  • Cambiaba abruptamente de tema para desconcertar a los espías que sabía lo escuchaban
  • El general Daniel O’Leary recordaba cómo, durante una cena en Bogotá, Bolívar fingió un acceso de tos para interrumpir al embajador británico justo cuando éste iba a revelar una posición clave de su gobierno.

El lenguaje escondido de las condecoraciones:

El Libertador transformó las condecoraciones militares en un sofisticado sistema de mensajes políticos:

La Orden de los Libertadores con rubíes significaba “aliado indispensable”

La misma orden con esmeraldas indicaba “útil por ahora”

Las medallas enviadas sin piedras preciosas eran una elegante forma de decir “tu traición no me sorprende”

Cuando el general Páez recibió su tercera condecoración con diamantes faltantes, entendió que la paciencia de Bolívar se agotaba.

Las cartas que nunca llegaron:

Los archivos de Caracas guardan evidencias de una práctica singular: Bolívar solía escribir dos versiones de cada carta importante:

La oficial, que enviaba al destinatario

La verdadera, que guardaba para la historia

En 1826, mientras escribía al presidente de Perú sobre “eterna amistad“, redactó simultáneamente una nota secreta a Sucre: “Prepara las tropas, este hombre sólo entiende el lenguaje de los cañones“.

El Ritual del Café como Arma Diplomática:

Las negociaciones bolivarianas seguían una coreografía precisa:

Primera taza (amarga): Para recordar los sacrificios de la guerra

Segunda taza (azucarada): Cuando comenzaban las verdaderas concesiones

Tercera taza (servida fría): Señal de que la paciencia se agotaba

El enviado francés De Mosnier registró en sus memorias cómo, tras la tercera taza helada en 1828, supo que Francia no obtendría los privilegios comerciales que buscaba.

Las contradicciones intimas: entre el Republicanismo y el Autoritarismo:

La evolución diplomática de Bolívar refleja su lucha interna:

Entre 1813-1819 es el idealista que ofrece “guerra a muerte” pero perdona realistas para ganar moderados.

Entre 1821-1826 es el pragmático que acepta la esclavitud en Venezuela, pero la abole en Perú para ganar soldados afrodescendientes.

Entre 1828-1830: es el realista que instaura una dictadura mientras escribe a Urdaneta: “He vendido mi alma al diablo por salvar la patria“.

Su correspondencia secreta con Manuela Sáenz revela esta tensión: “Cada tratado que firmo me quita un pedazo de alma, pero da un año más de independencia” (1827).

En sus últimos años, consumido por la tuberculosis y la desilusión, Bolívar seguía dictando cartas mientras la Gran Colombia se desmoronaba a su alrededor. “He arado en el mar“, confesó amargamente, reconociendo los límites de su obra. Pero incluso en el fracaso, su legado diplomático perduró: el arte de navegar entre el ideal y lo posible, entre la espada y la pluma, entre los sueños de unidad y las realidades de fragmentación que aún hoy definen a América Latina.

Hoy, cuando los líderes latinoamericanos invocan su nombre para justificar políticas contradictorias, cuando se firman tratados que evocan su sueño unionista, o cuando las cancillerías negocian entre crisis, el fantasma del Libertador parece susurrar su verdad más profunda: que en este continente de volcanes y revoluciones, la verdadera maestría política reside en saber cuándo encarnar el idealismo de la Carta de Jamaica y cuándo aplicar el pragmatismo despiadado del estadista que sobrevivió a dos repúblicas caídas.

Hoy, bajo la cúpula donde reposan sus restos, los ecos de esta diplomacia de sombras persisten. Cada vez que un canciller venezolano esconde una sonrisa tras una frase ambigua, cuando un embajador colombiano elige con cuidado el color de su corbata ante las cámaras, o cuando un presidente ecuatoriano deja caer un “olvido” estratégico en un discurso, el genio bolivariano de la ambigüedad calculada renace. Porque como él mismo susurró a su edecán semanas antes de morir:

En esta América nuestra, la verdad es un lujo que pocos estadistas pueden permitirse. El arte consiste en hacer que cada mentira sea un escalón hacia la libertad.

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