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Personas difíciles, la impertinencia que se disfraza de sinceridad

Equipo de Relaciones Humanas del Soft Skills Lab

9 May, 2023

La mascara de la sinceridad:

En comunicación, cuando escuchamos “yo es que soy muy sincero”, la frase puede indicarnos dos cosas. En primer lugar, un posible indicio de, justamente, ausencia de sinceridad, ya que, a menos que se trate de una muletilla, sabemos que si somos sinceros no necesitamos aclararlo. En segundo lugar, una fuerte posibilidad que detrás de tanta sinceridad venga alguna ráfaga o directamente un huracán de impertinencia. Para comenzar, sabemos que la mejor manera de escudar una honestidad mal entendida es una buena declaración de “sinceridad”. Sea el primer o el segundo caso, hay que disponerse a enfrentar una situación compleja, la mayoría de las veces generada por una persona difícil. Como siempre decimos, la primera cuestión será abrir nuestro paraguas de paciencia y nuestro escudo de análisis.

Si rememoramos muchas de las situaciones que hemos vivido, encontramos que escudarse en la virtud de la franqueza para justificar salidas de tono, críticas negativas no solicitadas e incluso comentarios crueles es un comportamiento muy extendido. Y, sabemos perfectamente que es posible decir la verdad sin herir los sentimientos de los demás, pero encontrar dicho equilibrio parece, para muchas personas, una ardua tarea o, están tan acostumbrados, que no parecen sentir la necesidad de encontrar ese equilibrio.

Impertinencia y sinceridad :

Posiblemente, todos nosotros podemos recordar rostros, nombres y apellidos, y situaciones. Todo el mundo recuerda uno o incluso varios nombres propios cuando se habla de ese tipo de persona que dice lo que piensa sin filtro y prestando más bien poca atención a los sentimientos de los demás. A este tipo de comportamiento se le suele denominar sincericidio y es acto de impulsividad y falta de consciencia.

Si entendemos por “honestidad” manifestar lo primero que se le pasa a alguien por la cabeza, quizás se esté confundiendo con la insolencia. La principal diferencia entre ambas radica, en la responsabilidad afectiva y en la prudencia “cuando se cae frecuentemente en la impertinencia, es probable que se esté bloqueado a la empatía y tampoco se esté teniendo en cuenta que las palabras que se dicen tienen un impacto en los demás”. Por cierto, que el impacto de esas palabras raramente se borra, no importando el tiempo que pase desde que fueron pronunciadas. La brecha generada a partir de allí difícilmente podrá ser cerrada.

Sinceridad, diplomacia, transferencia de sensaciones….

Ser totalmente sincero no es siempre lo más diplomático ni lo más seguro a la hora de comunicarse con seres emocionales, el resto de las personas que le rodean son individuos sintientes.

En líneas generales parece una lección fácil de entender, pero esa frase de “yo es que soy muy sincero” – prima hermana de “yo es que soy así” – , continúa repitiéndose hasta la saciedad y en realidad esconde una carencia de voluntad de autocrítica escudada en el hecho de que la sinceridad es una cualidad muy aplaudida. En muchas ocasiones se prefiere evitar el sentimiento de culpa que puede generar ser consciente de que eso que se está diciendo no es fruto de la honestidad y la valentía, sino de la violencia.

Además, esta afirmación puede provocar que, quien recibe dichos comentarios, caiga en la trampa de pensar que el error es suyo porque, en términos coloquiales, es un flojo o una floja. El foco pasa a estar en la persona receptora y en la poca capacidad de sostener la incomodidad que la sinceridad, puede traer consigo. Quien recibe esta información tiende a revisar si el problema es suyo (con cierto grado de convencimiento de que así lo es), achacándolo a la sensibilidad y no tanto a la formulación del mensaje o lo poco pertinente que resultaba el mismo.

Un soporte de la convivencia:

Saber escoger el momento y el lugar para sacar a relucir según qué temas puede parecer el típico consejo que da un familiar cercano a una persona de temprana edad que no sabe cómo pedirles a sus padres un favor, asistir a un cumpleaños o quedarse a dormir en casa de un amigo, pero también es extrapolable en la vida adulta al papel de la diplomacia que, en muchas ocasiones, es un salvavidas en las relaciones emocionales.

Si la persona con la que se habla se encuentra en un momento complicado en su vida y no tiene capacidad para gestionar lo que le ocurre con tanta agilidad, quizás lo último que necesite es una bofetada verbal. Por otra parte, a lo mejor es la persona que emite el mensaje aquella que no está en tan perfectamente como puede considerar y por ese motivo la forma del discurso puede verse alterada. No siempre estamos en posición de poder sostener las emociones de la forma en la que gustaría hacerlo, de la misma manera que tampoco es siempre un buen momento para la otra persona y, en la medida de lo posible, sería sensible y empático por parte de uno tenerlo en cuenta.

Pero eso no es todo, ya que también hay que tener en cuenta un pequeño detalle: quizás el receptor, simplemente, no tiene ganas de recibir dicha consideración. Con respecto a esto, es importante que se deje elegir a la otra persona si quiere escuchar las opiniones que se desean transmitir.

Mucha prudencia, el ejercicio de un arte perdido:

Sin embargo, esta aceptación no exime al emisor de la prudencia con la que debería expresarlo, independientemente de la naturaleza del receptor. En el caso de una persona que expresa con facilidad sus sentimientos, es posible que ya se sepa explícitamente si este tipo de críticas negativas o comentarios le resultan difíciles de digerir. Por tanto, a pesar de que cómo interprete el mensaje la persona no es responsabilidad propia, sí que puede aportar seguridad y fortaleza al vínculo tener en cuenta si esa persona tiende a sentirse rechazada o juzgada, por ejemplo. En el polo opuesto, donde residen aquellos que transmiten mucha confianza y entereza, parece haber una consideración extendida – y errónea -, que se basa en creer que tienen mayor tolerancia a este tipo de comentarios y que, por tanto, pueden servir como un saco de boxeo que soporta todo tipo de ataques. Nada más lejos de la realidad, ya que, quizás han normalizado las agresiones verbales o el maltrato psicológico. En definitiva, la sinceridad mal entendida, nos duele a todos.

La eterna búsqueda del término medio:

Por todas estas razones, si se sospecha que las opiniones y críticas propias suelen generar este efecto en los demás, tal vez sea el momento de no autoengañarse y responsabilizarse de ello desde la autocompasión. Si es el otro quien, con sus palabras, suele hacer daño, toca poner límites. Parece que esta expresión tan utilizada últimamente es un ejercicio de vida o muerte, que a veces puede traducirse en algo tan sencillo como “entiendo que no me lo dices con mala intención, pero me gustaría que no opinases”.

Al final, tan necesario es no reprimir lo que se siente y decir lo que se piensa como saber de qué forma expresarlo. Podemos escoger otro escenario, otras palabras y otro momento para decir ciertas cosas, conteniendo el ego, y muchas veces, la impertinencia.

Quizás lo ideal sería que, en el momento previo a dar rienda suelta a ese comentario hiriente que parece escaparse de la lengua, el emisor mirase realmente a los ojos de quien está a punto de recibirlo y se lo pensara un par de veces. A lo mejor entonces, esa verdad aparentemente irrefrenable, pierde, de pronto, su razón de ser.

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